Sobre la cuerda floja de la vida
voy caminando con temor y audacia,
balanceando mi cuerpo y mi mente
entre las pasiones y las sensaciones
que me impulsan y me frenan
para no caer en el vacío de lo etéreo
y lo sin sentido, o en la cama verde
que nace de la muerte y me invita
a descansar de tanta lucha.
Juego a ser una estatua en movimiento
esculpida por Miguel Ángel, pero caigo
en una orgía de colores que me embriaga
de derrota y de victoria, de fracaso y de gloria,
en la competencia del día a día
que me exige y me desafía.
Una mandarina colgada del árbol
que se tambalea con el viento, que juega
al coqueteo con el tiempo, que entre más
se entrega a él, él, deseoso de ella,
desarrolla éxtasis de cítrico y ácido
tan dulce que envenena mis sentidos
de deseo jugoso a presente, algo que futuro
y pasado no entienden, ni comprenden.
Al equilibrio no se llega, se encuentra
dentro de la construcción simbiótica
del espíritu, el alma y el cuerpo.
Haciendo parte uno del todo y todo del todo,
holobiontes declarados por la unión de la existencia
que nos hace únicos y diversos, iguales y distintos.
Paso tras pose tras paso, piso el paso pasado,
peso mis pasos, sape, sople, pise, si se pasa y se pisa,
no caiga, no intente sostenerse, salte y suelte
todo a la suerte, suerte con el salto, alto en el aire,
ría, Jajajija jija, jija jija, jajajija,
ría, que la vida es una melodía
que se canta y se baila, que se llora y se ríe,
que se vive y se muere, que se ama y se olvida.